De alguna manera siempre supe que mi destino era literario…
Por más que haya estado coqueteando con otras formas de expresión, lo mío es, fue y será la palabra, y no cualquier tipo palabra, sino la palabra escrita.
Cuando estoy rodeada de libros, cuando encuentro un buen relato, cuando un personaje llega a envolverme con su historia al punto tal de hacerme olvidar la realidad que me rodea, siento dentro de mí una fuerza tan arrolladora como infinita que me arrastra desde mi más tierna infancia hasta la más profundas de las pasiones. Todo mi mundo conocido parece converger en esas páginas para darme la llave y abrir el portal de un mundo por conocer.
Sé que por un tiempo, un largo tiempo, estuve alejada de la literatura. Sé que quise ser lo que no era, transformarme en lo que no soy para vivir una vida que no me pertenecía. Perdí el hábito, perdí la velocidad y la rapidez mental, perdí la concentración y perdí el interés. Las páginas fueron suplantadas por hojas para acuarelas y, en el peor de los casos, por pantallas plagadas de textos que nunca llegaron a decirme nada. Es más, sobre una lejana tumba dormida eternamente en París, lloré sintiendo que mi camino había terminado, que mi círculo había acabado… que dando un salto acá, un salto allá, había llegado a mi cielo, dando por terminada la Rayuela.
Hoy, con los ojos cansados de buscar donde sé que nunca voy a encontrar, vuelvo a acercarme a ellos, a mis libros, que siempre me esperaron, silenciosos en sus estantes, expectantes del reencuentro, siempre dispuestos a mostrarse para mostrarme. Su tinta corre por mi venas… sus páginas son el refugio que tanto necesité y que me negué aceptar.¿Por qué? Seguramente porque llegué a la silenciosa conclusión de que nunca iba a poder lograr lo que siempre había soñado. Entonces era mejor el rechazo que la frustración, era mejor el alejamiento que la tristeza de saber que nunca iba a poder ser aquello para lo que había nacido, para lo que me había estado preparando durante años. Saber que no podría cumplir con mi destino literario me enfermó, me convirtió en una estatua de sal que nunca más volvió a sentirse igual. Tonta de mí.
No caí en la cuenta de que, sean públicos o no, mi destino era y es ser escritora. Viva de ello o no. No caí en la cuenta de que para serlo, sólo necesitaba sentarme frente a mi cuaderno y dejarme llevar tan lejos que no sabría cómo iba a ser el regreso… no caí en la cuenta de que ser escritora de ninguna manera tiene que ver con vivir de la escritura. ¿Tardé demasiado en darme cuenta? Dicen que nunca es tarde…Siempre creí que el viaje de mi vida es el que me llevó al otro lado del Océano pero estaba equivocada; el viaje de mi vida es este, el que me va a llevar a vivir el resto de mi vida amarrada a los libros y a la escritura. En fin, Literatura.
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