Quiso el azar mismo o el capricho (que para mí son sinónimos) que quiera comenzar esta aventura con un texto de Borges.
Quiso el azar mismo o el capricho (que pueden ser antónimos) que comience con un texto sobre la muerte.
Esta vez, quiso ser la muerte el comienzo y no el final.
Para empezar con el AZAR hay muchas formas de hacerlo, sobre todo si hablamos de un libro de poesías: abriendo el libro en una página a elección, hacerlo azarosamente, hacerlo desde el principio… hacerlo desde el final. Yo decidí hacerlo desde el principio, como si estuviese abriendo una puerta para ir hacia alguna parte… no sé muy bien dónde.
El primer poema del libro «Fervor de BsAs» (1923) de J. L. Borges se abre, en su última corrección, con un poema «La Recoleta» que me lleva directamente a las puertas del cementerio.
El día es gris, como debe ser un día en que se visita un cementerio, y el lugar está extrañamente vacío pese a estar en pleno centro. Camino por sus silenciosas calles mientras mis pasos resuenan huecos entre tanto secreto. Miro, busco, veo… leo...Con mi infatigable lápiz, tomo unas notas rápidas en las mismas páginas del libro…
Siento que entramos en el cementerio siendo conocedores de nuestra propia muerte, sin embargo, no la aceptamos. Sabemos que todo tendrá un fin pero queremos verlo tan lejano que nos reconfortamos sintiéndonos vivos entre tanta muerte. Anhelamos el sueño y la indiferencia, por lo que irónicamente creemos anhelar nuestra muerte… sin embargo el espacio y el tiempo son formas de la vida, son «instrumentos mágicos del alma», de ese alma que sólo los seres humanos tenemos, de ese alma que nos hace saber que tarde o temprano vamos a morir…
Eso nos hace sentir inmensamente eternos pero también eternamente tristes: de la creación, sólo nosotros somos conscientes de nuestro fin. Sabemos que cuando el alma se apague se apagará todo para ella (imagen bella)
«…como al cesar la luz caduca el simulacro de los espejos que ya la tarde fue apagando»
Queremos creer que el alma al morir se dispersa en las almas de los que quedan (esta puede ser una forma de reencarnación, de inmortalidad ¿no les parece?), sin embargo, el alma se transforma en nada; es la nada haciéndose todo. Y en esa «NADA» y en ese «TODO» que el alma se hace inmortal: nunca deja realmente de ser, sino que pervive La síntesis de la vida está en la muerte… Y comprendemos que toda la historia se puede resumir en sus bóvedas
«…y los muchos ayeres de la historia hoy detenida y única»
«Vibrante en la espada y en la pasión y dormida en la hiedra»
Y es aquí, en el descanso del árbol, en el silencio de estatua y de mármol donde finalmente encontramos la clave del poema: el anhelo perpetuo… al lamento final,
«Estas cosas pensé en la Recoleta el lugar de mi ceniza»
Aquí está toda su familia menos él. Aquí quiso estar y nunca pudo (o no se lo permitieron, no lo sabremos), éste era su destino y no pudo alcanzarlo.
Busco la bóveda familiar y leo los nombres que allí aún lo esperan…Pero no sólo el nombre del poeta falta, sino que hay otros, con destinos históricamente lejanos y lejanamente fatales que tampoco aparecen: el Coronel Francisco Borges ,su abuelo, y su bisabuelo, el Coronel Isidoro Suárez. Destino fatal el que quiso que ellos tampoco estuvieran en el lugar de «sus» cenizas»…
Cierro el libro o los ojos, lo mismo da y busco seguir mi camino de lecturas mientras hago una lectura de mi camino. Sé que el siguiente paso está aquí, que no debe se estar demasiado lejos, que las páginas del poemario van a develar su misterio… Busco entre las páginas de «Fervor…» y encuentro el poema «Inscripción sepulcral» cuya dedicatoria reza
«Para mi bisabuelo el coronel Isidoro Suárez…»
Allí está la clave… sólo unas páginas más adelante
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