La magia de la literatura se dispara hacia distintos horizontes: nos lanza hacia el pasado plagado de memorias, nos lanza hacia un futuro lleno de incertidumbres y nos posiciona en el presente, siempre palpable y, a la vez, ajeno.
La magia de la literatura también se expande hacia otros aspectos: nos aísla y a la vez nos hace patentes, nos borra y a la vez nos marca, nos refleja y a la vez, nos hace desaparecer.
Somos uno con el autor y, a la vez con el personaje… recorremos de manera natural tanto el camino de la escritura como el de la ficción propiamente dicha. Si nos ponemos a pensar que al repasar cada palabra estamos entrando en la psiquis del escritor, que con cada frase estamos inconscientemente entrando en una mente ajena y extraña y que estamos pisando sus huellas nos sentimos desdoblados y, a la vez, uno… Vemos desde su perspectiva y, a la vez, desde la nuestra…
Ahí somos absolutamente poseedores de una realidad que no es la nuestra, pero también somos los poseídos, los arrastrados por el encanto de unas palabras que, precisamente, no salen de nuestras bocas. Y a eso le tenemos que agregar el personaje. La identificación , la empatía debe ser inmediata, sino el juego de luces no funciona.
Algunos ingenuos dirán que lo mismo sucede con el cine o las series, tan de boga en estos últimos años, pero no estoy de acuerdo. Cuando estamos frente a una pantalla la realidad que nos rodea desaparece y nosotros desaparecemos con ella, mientras que, cuando estamos frente a las páginas de una buena historia aparecemos multiplicados y más vivos. El sol brilla con más fuerza y el viento nos sopla más fuerte en la cara.
Siento que por eso no todos pueden escribir literatura.
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